miércoles, 14 de octubre de 2009

Construyamos puentes de diálogo

Por Jesús Carlos "Negro" Soto

A Guadalajara le arde la sangre y es que su temperatura ha rebasado los grados justos para sostener el equilibrio y el compás armónico.

El diagnóstico no miente, una sobrecarga de cuerpos motorizados ha saturado su flujo sanguíneo, obstruyendo la movilidad de otros cuerpos y anticuerpos necesarios para conservar la flora y la fauna intestinal de una ciudad.

Una ciudad sin peatones, sin bicicletas y sin árboles, ya no es una ciudad, es un claustro muerto. Una ciudad que no ofrece alternativas de desplazamiento respetuosas con el resto del tráfico de vida humana, es una ciudad que se esta asfixiando lentamente.

En Ciudad para Todos, como a partir de muchos otros colectivos e individuos, se ha ido elaborando una brújula para reorientar el rumbo. No se trata de paliativos simples y costosos, sino de ideas rectoras que filtren los proyectos urbanos para separar los que sirven de los que definitivamente no. Nadie está inventando el hilo negro, partimos de la experiencia internacional y de los saberes locales más elaborados.

A quienes quieren fórmulas inmediatas les ofrecemos un panorama alentador para soportar horas de congestionamiento. Su sistema de traslado no se verá resuelto el día de mañana, pero sí esperamos que pronto. El panorama alentador esta compuesto por infraestructura mínima y precisa de manera que no rompa la frágil estabilidad ambiental (frágil para el ser humano). En dicha infraestructura, rutas de camión con tarifas accesibles y posibilidades de trasbordo sin costo a otra unidad se suman a otras posibilidades: líneas de tren eléctrico, una combinación de metro y tren ligero, trole-buses, puntos de renta y depósito de bicicletas públicas; todas ellas vuelven deseable y gozoso el ir y venir a la casa, al trabajo, la escuela, el bar, el café, el parque.

El panorama alentador sustituye horas cuantiosas de paso a vuelta de rueda con el sol encima y el claxon del desesperado vecino apurando nuestro paso estancado. Los niños disfrutan mil veces más ir a la escuela en bicicleta que ir a la escuela amontonados en el asiento trasero sin más contacto visual que el retrovisor y la ventana polarizada. Todos podemos disfrutar de la lectura o la charla con el compañero, aminorando la sensación de que movilizarse es una odisea eterna en el espacio. Además podemos estar más tranquilos por nuestra seguridad que cuando nos lanzamos al transcurrir desenfrenado de los viaductos sin señalamiento y de altas velocidades.

Nos desanima que el panorama alentador a muchos les parezca irrealizable y cosa de otro mundo, e incluso, que les parezca un panorama que atenta contra el progreso.
Suplicamos entonces visualizar el panorama que tenemos ante nuestros ojos, el actual: señores y señoras con una prisa tremenda por llegar rápido al destino pero confrontados a la misma necesidad de millones de otros que como ellos, optaron por el vehículo motorizado individual. La lógica es muy simple: más carros implican más infraestructura, más infraestructura agrava la adicción y empuja a comprar más carros a más personas, que a su vez van a agotar la infraestructura actual y van a exigir más infraestructura, que habrá de ser implementada una y otra vez, hasta el infinito.

Ninguna ciudad en el mundo ha resuelto satisfactoriamente su movilidad en función de los automóviles. Salvo aquellas ciudades que han apostado por el panorama alentador, pues apostarle a la red multimodal de transportes y a la red de transportes motorizados, permite que más gente deje de usar el automóvil y sólo aquellos que de verdad requieran su uso, lo empleen, pero esta vez, con calles y avenidas mucho más relajadas de tráfico vehicular.

La movilidad sustentable a todos nos beneficia. Pero implica un compromiso de todos. Un pacto entre ciudadanos, un pacto de respeto y diálogo y de exigencia a nuestros gobernantes, para que sepan claramente por dónde queremos transitar. Un pacto con uno mismo, de paciencia y renuncia, pues la tarea no es sencilla, requiere una modificación de los hábitos personales y un cambio de visión que implica un esfuerzo mental digno de seres humanos dispuestos a evolucionar.

Se trata de pensar a mediano y largo plazo, saliendo de nuestros patrones de consumo que nos impiden imaginar un mejor mañana, para nosotros y para los nuestros, y sobre todo, para los que vienen.